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Muy al principio, escribí "el que no sabe bendecir aprende a maldecir". De dónde sacaría esa frase¿? No tengo ni idea, simplemente dibujé un mapa de europa, un móvil y esta frase justo debajo como una frontera. Tal vez era una advertencia, o un consejo.


Estos días dejé de pensar que era especial y el mundo se precipitó sobre mi cabeza, pesaba demasiado, era tan terrible, y además todo el mundo parecía sufrir conmigo. Pues bien, no hay nada -de momento- que me haya demostrado que hace un tiempo no existía ese dolor, es cuestión de dar o no dar importancia al día a día, se trata "de un leve pulsar" como decía Jorge Drexler... así estoy ahora, pulsando una cuerda de forma inconstante. A veces se me escapa, a veces toco otra distinta, pero sigo intentando ser yo.


He aprendido a no darme demasiada importancia, ni a mi ni a nada, ya que me he dado cuenta de que todo puede desaparecer (y por esta misiva podría incluso volver). ¿Para qué aferrarse entonces? Para qué volver a maltratar mi cuerpo para probar el límite? No necesito probar el límite, no lo hay, de hecho, ¿la muerte? tampoco me preocupa ya, prefiero ocuparme de la vida.


Punset me enseñó ayer que las decisiones más trascendentales las toma el inconsciente, no el de Freud (que era un poco siniestro y siempre me ha dado un poco de miedo pensar en ello); se refería a que la mayor parte de las decisiones las tomamos y ni siquiera sabemos porqué, pero siempre tenemos una bonita historia inventada por el consciente esperando a ser contada para justificarnos.


Pues ya está bien.
El inconsciente toma decisiones, que conforman nuestra personalidad (ya que tu vida es básicamente eso, decidir) y que a veces son las correctas, pero la mayor parte del tiempo nos equivocamos. 

De lo único que me arrepiento de mi pasado es no haber decidido más.
Pero lo que no te mata te hiere y, con otra cicatriz más, ahora toca cambiar mi vida -mi forma de decidir-, otra vez*